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En el Metro

EN EL METRO 

¡Señor, cómo estaba el metro 
al volver de la oficina! 
¡Todos tan apretujados 
que no me sorprendería 
si alguno le da un soponcio 
o se muere de la asfixia! 
Menos mal que un caballero 
me hizo hueco en una esquina, 
quedando con el detrás 
y enfrente una ventanilla. 
Ese chacachá del metro, 
la verdad, siempre me excita, 
y hoy debajo de la falda 
no me puse las braguitas. 
Algo sentí por detrás, 
pues mi ropa era muy fina, 
la falda bastante corta 
y la blusita ceñida; 
era un bulto misterioso 
que me hacía cosquillitas 
justo alrededor del ano 
y me llenó de alegrías. 
Con cuidado y disimulo 
me eché la falda arribita 
poniendo en ese orificio 
un poco de salivita; 
mi caballero ya estaba 
con su joya endurecida, 
y yo separé mis nalgas, 
aguanté la falda arriba, 
y contenta me dispuse 
a darle la bienvenida 
al húmedo visitante 
que allí me penetraría. 
Para ayudarle en su entrada 
puse mucha más saliva, 
y así se fue abriendo paso 
esa prenda de su hombría 
por mi culo exhuberante 
que gozoso la acogía. 
Allí, mientras penetraba, 
me dejaba mil caricias 
en mi vientre acalorado, 
mis ubres endurecidas 
y mis piernas que al compás 
de sus golpes se movían... 
Y luego empecé a gemir 
como jamás en la vida, 
pues muy grande era el placer 
que el momento me ofrecía. 
Muchos hombres y mujeres 
que todo lo percibían 
comenzaron a increparme, 
mas yo no les atendía; 
seguí gozando de aquella 
tan maravillosa dicha 
de sentir aquella joya 
golpeando detrás mía. 
Finalmente nos corrimos 
llegando la despedida, 
y yo, muy avergonzada, 
bajé del metro deprisa... 
¡Ay, Señor, cuántas sorpresas 
a veces tiene la vida! 

Jessy

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